Alice Stewart, epidemióloga, nació el 4 de octubre de 1906. Falleció el 23 de junio de 2002 a los 95 años (Times Obituaries, 27/6/2002).

Durante más de 40 años la epidemióloga Alice Stewart desafió las teorías oficiales sobre los riesgos de las radiaciones. Sus investigaciones en 1956 y 1958 alertaron a la comunidad médica sobre la relación entre radiografías fetales y cáncer infantil. Dos décadas más tarde, a los setenta años, instó a un nuevo cambio en las prácticas laborales al publicar un estudio que mostraba como los trabajadores de las plantas de fabricación de armas nucleares estaban sometidos a un riesgo sanitario mayor que el admitido por la legislación internacional sobre seguridad.

Alice Mary Naish nacio en Sheffield, Inglaterra, en 1906, y se doctoró en Medicina en Cambridge. Durante la Guerra estudió los riesgos sanitarios de los productos químicos, tanto en las industrias como en las minas, y en 1946 participó en la fundación de la revista British Journal of Industrial Medicine. Esta primera etapa de su carrera culminó con la entrada en la Real Academia de Medicina, convirtiéndose en la mujer más joven que lo lograba. Para entonces ya había conseguido una gran reputación, tanto docente como clínica.

Con una beca de 1.000 libras, inició su histórico estudio sobre las causas del cáncer infantil. Preparó un cuestionario para mujeres cuyos hijos habían fallecido como consecuencia de cualquier tipo de cáncer entre 1953 y 1955. Cuando tan solo se habían recibido 35 cuestionarios, la respuesta ya era clara: una sencilla exploración por rayos-X, dentro de los límites de exposición considerados seguros, era suficiente para casi doblar el riesgo de cáncer infantil.

Esto fue una sorpresa para Stewart y no fue bien recibido por la comunidad científica. El entusiamo por la tecnología nuclear estaba en su punto álgido en los años cincuenta, y las radiografías se empleaban para todo, desde el tratamiento del acné y los desórdenes menstruales hasta para determinar la talla precisa de unos zapatos. Los rayos-X, en palabras de la propia Stewart, "eran el juguete preferido de la profesión médica".

Durante las dos décadas siguientes, ella y su estadístico, George Kneale, ampliaron, elaboraron y refinaron su base de datos para convertirla en el Informe Oxford sobre el cáncer infantil, hasta que en los años setenta los organismos médicos más importantes recomendaron no aplicar exploraciones por rayos-X a las mujeres embarazadas, y esta práctica cesó.

El Informe Oxford había recopilado información de cientos de miles de niños británicos durante un periodo de 30 años. Stewart y Kneale demostraron que los niños con cáncer incrementaban la vulnerabilidad a las infecciones y encontraron una relación entre inoculaciones y resistencia al cáncer.

En 1974, oficialmente jubilada y habiéndose trasladado de Oxford a Birmingham, donde había aceptado un puesto de investigadora, Stewart recibió una llamada del Dr. Thomas Mancuso, quien había trabajado en un informe gubernamental sobre la salud de los trabajadores del centro nuclear de Hanford, el complejo militar que produjo el plutonio para el Proyecto Manhattan, quería que ella "echara un vistazo" a sus datos.

El estudio de Mancuso se había prolongado más de una década. No se esperaba que descubriera nada comprometido porque la exposición de los trabajadores en Hanford, la mayor y más antigua fábrica de armamento nuclear del mundo, siempre había estado dentro de los límites de seguridad establecidos por los organismos nternacionales. Pero Stewart y Kneale descubrieron que el riesgo de cáncer de los trabajadores era 20 veces superior del que se creía.

El Departamento de Energía estadounidense destituyó a Mancuso e intentó incautar los datos. Pero Stewart y Kneale se llevaron su trabajo a Inglaterra y, junto con Mancuso, publicaron una serie de estudios que continuaron corroborando que los riesgos de cáncer por exposición a las radiaciones eran considerablemente superiores a los que indicaban los estudios de Hiroshima. El Departamento de Energía negó a los científicos cualquier acceso a los historiales médicos de los trabajadores y situó
la investigación bajo estricto control gubernamental.

En 1986, a los 80 años, recibió el Right Livelihood Award, conocido como "Nobel alternativo", que se entrega en el Parlamento sueco el día anterior a la entrega del Premio Nobel para homenajear a quienes han realizado contribuciones para la mejora de la sociedad. La Embajada Británica, rehusó incluso enviar un coche al aeropuerto para recogerla a la llegada de su avión. En 1992 recibió el Premio Ramazzini de epidemiología.

Incluso en los años en que Stewart realizó docenas de apariciones públicas, en apoyo de campañas especialmente en Gran Bretaña y EE UU, ella siempre insistió en que era una científica, no una activista, y que no apoyaba ningún programa político. Publicó más de 400 artículos en revistas científicas.

También en 1986, Stewart recibió una aportación de 1,4 millones de dólares para estudiar los efectos de las bajas dosis de radiación. Provino no de una agencia gubernamental o de una institución académica sino de activistas, que habían obtenido los fondos de una multa impuesta a la planta nuclear de Three Mile Island. Para realizar el estudio Stewart necesitaba acceder a los historiales médicos de los trabajadores de la industria nuclear, pero el Gobierno estadounidense rehusó facilitárselos. Fueron precisos varios años y diversos pleitos basados en la Ley de Libertad de Información para conseguirlos. Cuando en 1992 Stewart accedió a los datos de un tercio de todos los trabajadores de las fábricas de armas nucleares de EE UU, la portada de The New York Times lo calificó como un gran golpe a favor de la libertad científica.

Stewart continuó publicando y presentando artículos ya con 90 años de edad. Era una oradora carismática y una persona efusiva y generosa. No tuvo una vida fácil como mujer sola en campos tradicionalmente dominados por hombres, y sufrió intensamente la falta de financiación para sus investigaciones y su aislamiento como consecuencia de tomar posiciones impopulares, pero ella creía que la oscuridad tiene sus ventajas, porque le permitió asumir riesgos que otros científicos no quisieron.

"La verdad es hija del tiempo", decía a menudo; y "ser longeva ayuda" - puesto que en el mundo de la industria nuclear la verdad es lenta en salir a la luz. Vivió lo suficiente para ver como la ciencia de las radiaciones evolucionaba en la dirección que ella quería, admitiendo con cada nueva limitación de dosis de radiación que las anteriores
estimaciones suponían mayor peligro que lo hasta entonces admitido.

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