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EL VIOLENTADO
SER (MUJER) HUMANO
Por Andrés Montero Gómez
Pte. de la Sociedad Española de Psicología de la
Violencia.
http://www.sepv.org
1 junio 2003 /
Si usted que está leyendo ahora es mujer, debe conocer que la
Declaración Universal de los Derechos Humanos le reconoce una
serie de
cualidades, de derechos, de posesiones inalienables inherentes a su
naturaleza humana de ser. Algunos de esos derechos se pueden suspender
más o menos transitoriamente, bajo el paraguas imparcial de las
garantías legales de las democracias, si usted infringe la ley,
que así
mismo se entiende redactada para ampararla y protegerla también
a
usted. Aún así, las democracias también difieren
en su valoración de
qué derechos pueden revocarse temporalmente en nombre de la ley
y qué
otros son totalmente intocables, incluso bajo el dictado de un juez. De
ese modo, por ejemplo, a usted podría privársele
legalmente de la vida
en Texas, si hubiera cometido un delito sancionable con esa pena, pero
en extraña paradoja no podrían torturarla. Por otro lado,
hasta hace
muy poco podía ser torturada legalmente en Israel, aunque
proporcionadamente decía el Supremo de allá, si fuera una
supuesta
terrorista y escondiera información vital cuya posesión
por la
seguridad hebrea fuera estimada vital para prevenir o evitar muertes.
En España, en cambio, nadie puede o debería poder matarla
o torturarla
impunemente según el Estado de Derecho.
Si usted es un lector masculino, un hombre, sabe que no deben
importar su sexo, ni su condición personal o social, ni su
religión
para ser titular de
los derechos humanos. Es decir, que hombres y mujeres son seres
humanos, aunque humano acabe en 'o', puesto que en inglés, por
poner,
es un concepto sin género gramatical ('human being'). Tienen
ambos
consciencia, hombre y mujer, de que no necesitan un pasaporte, carnet
alguno, para conservar inmutable su condición de ser humano y
que
nadie, ningún poder o institución, tiene facultad para
substraérsela
arbitrariamente sin mediar causa legal suficiente. Quien lo hiciera le
está despojando de su naturaleza humana, violando su ser.
Aparentemente, su condición de humano es perceptible, se le ve
en la
cara, y eso basta.
Cada año decenas de mujeres en España son asesinadas por
hombres
que son o han sido sus parejas, de noviazgo, de hecho o matrimoniales o
se han relacionado o pretendido relacionarse sentimentalmente con ellas
de alguna manera. Otros millones de ellas que conozcamos, y un
porcentaje oculto que no vemos, son torturadas durante años por
esos
hombres algunos de los cuales, con posterioridad y probablemente en el
transcurso de una separación, acabarán por asesinarlas.
La última
víctima de la violencia contra la mujer antes de estas letras,
Patricia
Maurel, se postulaba para la alcaldía de una ciudad turolense y
sus
tres hijos quedaron huérfanos de madre, pero les aseguro que el
siguiente asesinato ya se está gestando.
Si usted es hombre o mujer reconocerá que son 30
artículos los que
contiene la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Bien,
pues
sepa que la mitad de ellos son violados directa y
sistemáticamente por
un agresor que tortura, física y/o psicológicamente, a
una mujer. La
mitad, que se dice pronto. Se las priva de la libertad, de la seguridad
y, a veces, de la vida; se las somete a servidumbre y tratos
degradantes; se las desoye, se las priva de intimidad y de intereses;
se las persigue, se las coacciona y se las obliga sexualmente; se las
despoja de pensar y decidir. Los seres humanos siempre han sido
esquilmados por otros seres humanos, esto no es nuevo en la Historia.
Sin embargo, en nuestras butacas democráticas siempre hemos
atribuido
la barbarie a escenarios de ausencia de derechos y libertades o a
épocas donde caudillos iluminados masacraban en masa a gentes
por su
ideología o su religión o su etnia. Del terrorismo de ETA
no tenemos
duda que ha hecho y hará por asesinar, y así lo
perseguimos. De Hitler
el mundo no albergó esperanza de redención, y así
aunó sus voluntades
para extirpar su cáncer del corazón de Europa. En cambio,
parece que
nos es difícil de asumir que en los propios dominios
democráticos se
está representando diaria e indecentemente la tortura contra una
parte
abultada de la población.
Haciendo una estimación, alrededor del 12% de las mujeres
españolas
están siendo vejadas ahora. Traducido, quiere decir que el 6% de
la
población española está siendo privada de
alrededor de la mitad de sus
derechos humanos elementales. Y soy consciente de que en nuestras
confortables sociedades democráticas se vulneran muchos
derechos, de
inmigrantes, de minorías, incluso garantías
constitucionales como el
derecho a un hogar o un trabajo son más una parábola que
una realidad.
Ahora, discúlpenme, estamos hablando de mujeres asesinadas y
torturadas
por hombres.
Si usted, hombre y mujer, camina por la calle de su ciudad un buen
día
y de repente es agredido o golpeada con puñetazos y patadas por
un
desconocido, su primera reacción, aparte del estupor,
será buscar una
protección a su alrededor. Es muy humano que la persona agredida
se
emplace hacia su entorno reclamando ayuda. Desde luego, inmediatamente
pensará en la protección de la Policía, de la Ley.
Eso cuando es una
persona que no conocemos, con la que no tenemos relación alguna.
Ocurre
que muchas mujeres son maltratadas en sus hogares no sólo por un
conocido, sino por alguien en quien había depositado su
confianza, sus
esperanzas, su bienestar. No nos equivoquemos. El agresor no tortura en
el silencio del hogar porque allí su violencia sea más
íntima,
sino porque los límites de la pareja son el vallado en el
interior del cual
el agresor ha construido mentalmente su parcela de dominación,
de
control, donde ha fabulado una perversa realidad de
señorío feudal
esclavizando a un ser humano. Aislamiento, esclavitud, tortura y
asesinato. La realidad democrática de muchas mujeres,
permítanme
recordarlo sin más.
Otros artículos:
MONTERO
GOMEZ, Andrés
Maltrato
psicológico contra la mujer
El
Síndrome de Estocolmo Doméstico en mujeres maltratadas
Tratamiento
del maltratador
Principio
de injerencia ante la violencia contra la mujer
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EL VIOLENTANDO SER (MUJER) HUMANO
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EL VIOLENTANDO SER (MUJER) HUMANO
Por Andrés Montero Gómez
Pte. de la Sociedad Española de Psicología de la
Violencia.
http://www.sepv.org
1 junio 2003 /
Si usted que está leyendo ahora es mujer, debe conocer que la
Declaración Universal de los Derechos Humanos le reconoce una
serie de
cualidades, de derechos, de posesiones inalienables inherentes a su
naturaleza humana de ser. Algunos de esos derechos se pueden suspender
más o menos transitoriamente, bajo el paraguas imparcial de las
garantías legales de las democracias, si usted infringe la ley,
que así
mismo se entiende redactada para ampararla y protegerla también
a
usted. Aún así, las democracias también difieren
en su valoración de
qué derechos pueden revocarse temporalmente en nombre de la ley
y qué
otros son totalmente intocables, incluso bajo el dictado de un juez. De
ese modo, por ejemplo, a usted podría privársele
legalmente de la vida
en Texas, si hubiera cometido un delito sancionable con esa pena, pero
en extraña paradoja no podrían torturarla. Por otro lado,
hasta hace
muy poco podía ser torturada legalmente en Israel, aunque
proporcionadamente decía el Supremo de allá, si fuera una
supuesta
terrorista y escondiera información vital cuya posesión
por la
seguridad hebrea fuera estimada vital para prevenir o evitar muertes.
En España, en cambio, nadie puede o debería poder matarla
o torturarla
impunemente según el Estado de Derecho.
Si usted es un lector masculino, un hombre, sabe que no deben
importar su sexo, ni su condición personal o social, ni su
religión
para ser titular de
los derechos humanos. Es decir, que hombres y mujeres son seres
humanos, aunque humano acabe en 'o', puesto que en inglés, por
poner,
es un concepto sin género gramatical ('human being'). Tienen
ambos
consciencia, hombre y mujer, de que no necesitan un pasaporte, carnet
alguno, para conservar inmutable su condición de ser humano y
que
nadie, ningún poder o institución, tiene facultad para
substraérsela
arbitrariamente sin mediar causa legal suficiente. Quien lo hiciera le
está despojando de su naturaleza humana, violando su ser.
Aparentemente, su condición de humano es perceptible, se le ve
en la
cara, y eso basta.
Cada año decenas de mujeres en España son asesinadas por
hombres
que son o han sido sus parejas, de noviazgo, de hecho o matrimoniales o
se han relacionado o pretendido relacionarse sentimentalmente con ellas
de alguna manera. Otros millones de ellas que conozcamos, y un
porcentaje oculto que no vemos, son torturadas durante años por
esos
hombres algunos de los cuales, con posterioridad y probablemente en el
transcurso de una separación, acabarán por asesinarlas.
La última
víctima de la violencia contra la mujer antes de estas letras,
Patricia
Maurel, se postulaba para la alcaldía de una ciudad turolense y
sus
tres hijos quedaron huérfanos de madre, pero les aseguro que el
siguiente asesinato ya se está gestando.
Si usted es hombre o mujer reconocerá que son 30
artículos los que
contiene la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Bien,
pues
sepa que la mitad de ellos son violados directa y
sistemáticamente por
un agresor que tortura, física y/o psicológicamente, a
una mujer. La
mitad, que se dice pronto. Se las priva de la libertad, de la seguridad
y, a veces, de la vida; se las somete a servidumbre y tratos
degradantes; se las desoye, se las priva de intimidad y de intereses;
se las persigue, se las coacciona y se las obliga sexualmente; se las
despoja de pensar y decidir. Los seres humanos siempre han sido
esquilmados por otros seres humanos, esto no es nuevo en la Historia.
Sin embargo, en nuestras butacas democráticas siempre hemos
atribuido
la barbarie a escenarios de ausencia de derechos y libertades o a
épocas donde caudillos iluminados masacraban en masa a gentes
por su
ideología o su religión o su etnia. Del terrorismo de ETA
no tenemos
duda que ha hecho y hará por asesinar, y así lo
perseguimos. De Hitler
el mundo no albergó esperanza de redención, y así
aunó sus voluntades
para extirpar su cáncer del corazón de Europa. En cambio,
parece que
nos es difícil de asumir que en los propios dominios
democráticos se
está representando diaria e indecentemente la tortura contra una
parte
abultada de la población.
Haciendo una estimación, alrededor del 12% de las mujeres
españolas
están siendo vejadas ahora. Traducido, quiere decir que el 6% de
la
población española está siendo privada de
alrededor de la mitad de sus
derechos humanos elementales. Y soy consciente de que en nuestras
confortables sociedades democráticas se vulneran muchos
derechos, de
inmigrantes, de minorías, incluso garantías
constitucionales como el
derecho a un hogar o un trabajo son más una parábola que
una realidad.
Ahora, discúlpenme, estamos hablando de mujeres asesinadas y
torturadas
por hombres.
Si usted, hombre y mujer, camina por la calle de su ciudad un buen
día
y de repente es agredido o golpeada con puñetazos y patadas por
un
desconocido, su primera reacción, aparte del estupor,
será buscar una
protección a su alrededor. Es muy humano que la persona agredida
se
emplace hacia su entorno reclamando ayuda. Desde luego, inmediatamente
pensará en la protección de la Policía, de la Ley.
Eso cuando es una
persona que no conocemos, con la que no tenemos relación alguna.
Ocurre
que muchas mujeres son maltratadas en sus hogares no sólo por un
conocido, sino por alguien en quien había depositado su
confianza, sus
esperanzas, su bienestar. No nos equivoquemos. El agresor no tortura en
el silencio del hogar porque allí su violencia sea más
íntima,
sino porque los límites de la pareja son el vallado en el
interior del cual
el agresor ha construido mentalmente su parcela de dominación,
de
control, donde ha fabulado una perversa realidad de
señorío feudal
esclavizando a un ser humano. Aislamiento, esclavitud, tortura y
asesinato. La realidad democrática de muchas mujeres,
permítanme
recordarlo sin más.
Otros artículos:
MONTERO GOMEZ, Andrés
Maltrato
psicológico contra la mujer
El
Síndrome de Estocolmo Doméstico en mujeres maltratadas
Tratamiento
del maltratador
Principio
de injerencia ante la violencia contra la mujer
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