HONDURAS
El dilema del movimiento feminista

Breny Mendoza

Para interpretar la experiencia feminista hondureña es preciso desenredar la urdimbre de procesos y elementos, que teje ese ente llamado sociedad hondureña. La intensa pobreza de sus habitantes, en especial de sus mujeres; su aislamiento y soledad, aun en el mismo contexto centroamericano; su cultura política, mezcla amarga de tradicionalismos e irreverencia por ideas gestadas fuera de su contexto inmediato; el trato de desconfianza que se brindan entre sí las y los hondureños, la ironía que les caracteriza como seres profundamente conscientes de su ser oprimido, todo este conjunto de desatinos le da al feminismo hondureño un estilo particular.

En tan corto espacio, sin embargo, me es imposible desenredar esta madeja; ya lo he intentado en otro lado y las interesadas puede remitirse a este trabajo anterior.1 Sí es posible, en cambio,
referirse a la "es-cisición vital", que sufren las feministas hondureñas y a la cual aluden Murguialday y Vázquez en su trabajo "Sobre la escisión vital de algunas feministas centroamericanas 2." Según Murguialday y Vázquez, la doble militancia de las precursoras del feminismo en Centroamérica -tanto militantes de movimientos populares y revolucionarios, como de movimientos feministas- estructuró en ellas identidades políticas ambivalentes. Por un lado, las feministas centroamericanas se identificaron con un proyecto político revolucionario y al mismo tiempo se adhirieron a la propuesta feminista.

Imposibilitadas de conciliar ambas propuestas, entraron en un conflicto de lealtades y sucumbieron en diversos momentos de su historia en profundas crisis, individuales y colectivas.

La escisión vital sería, entonces, ese vaivén entre ambas identificaciones, algo similar a un complejo edipal no resuelto, es decir, cuando el amor a la madre no puede ser sustituido cabalmente por el amor al padre.

Es muy probable, que a esta fecha, estas identidades am-bivalentes hayan sido parcialmente
superadas. El feminismo hondureño, así como el del resto de la región, se ha consolidado y las
izquierdas revolucionarias pacificadas y parlamentarizadas han perdido su atractivo de antaño. No obstante, la escisión vital de las feministas persiste, aunque de manera distinta y velada.

No se trata hoy del "conflicto de lealtades" entre el partido y el colectivo feminista, sino de una serie de prácticas, técnicas y métodos infiltrados en las mentes y los cuerpos de las feministas, que cultivan cierto tipo de comportamiento y creencias, gustos, deseos y necesidades, que las lleva a construir y vivir el feminismo en forma contradictoria.

Quizá el caso hondureño nos revele con mayor claridad este tipo "escisión vital", pues en la medida que el país no se volcó de lleno a una aventura revolucionaria -lo que no significa que no fue protagonista del drama centroamericano de la década de los 80 y que no fue profundamente
afectado por las guerras-, las crisis de identidades fueron menos obvias.

Ello implica tan sólo que las identificaciones no fueron lo suficientemente cuestionadas o lo fueron demasiado. Sus manifestaciones son y fueron siempre de naturaleza matizada.

En mi libro Sintiéndose mujer y pensándose feminista, una visión autoetnográfica de la construcción del movimiento feminista hondureño, he llamado a esta escisión vital: el dilema feminista. Me refiero a esa forma de construir y vivir la identidad feminista como un dilema en el cual la mujer se siente arrastrada en diferentes direcciones. Pareciera ser, que el discurso feminista la coloca ante la disyuntiva de ser la mujer que quiere ser, la mujer que esperan los demás que sea, y la mujer que es.

En Honduras, nos encontramos ante un caso, en el cual primero se instalaron las organizaciones
feministas y sólo después se inició un aprendizaje de ser feminista. Expresado de otra manera, no fueron mujeres identificadas con el feminismo las que inauguraron las organizaciones feministas,
pero fue en ese proceso que se vieron enfrentadas ante la necesidad vital de convertirse en
feministas. Ello se puede ilustrar en base a tres procesos:

1. El ciclo feminista, que describe cómo las mujeres, que buscaban otra identidad política (que no fuera la de la izquierda), fundaron una organización, se apropiaron del discurso de género,
construyeron un ideal de la mujer feminista (una especie de ego ideal o super ego), y trataron de
adquirir una identidad feminista de acuerdo a la imagen de la feminista ideal que ellas mismas
construyeron (revoltijo de ideas izquierdistas y feministas).

2. El circuito cerrado ser-penteante, que toma en cuenta cómo la historia de las ideas de las nuevas feministas fue transformada junto con sus biografías al intentar alcanzar un ideal del ser feminista. Aquí se ve cómo se debaten entre sus preconcepciones de la política (resabios de izquierdas, remedos democráticos liberales, populismo, clientelismo) y lo que es una mujer, y las concepciones de lo político y la femineidad implícitas en el discurso feminista.

Se observa cómo tratan de solucionar sus contradicciones y las luchas de poder que las desgarran a través de procesos de autorreflexión y cómo ello las conduce a consolidar sus organizaciones y alcanzar una nueva autocomprensión como feministas y actoras políticas.

La preconcepción, la concepción y la reconcepción -des-de una idea desnaturalizada del ser mujer, una visión política tradicional a la incorporación del discurso de género en sus vidas personales y en sus puntos de vista políticos- cierra el circuito y lo echa a andar de nue-vo bajo el signo del feminismo.

3. Otra forma de describir los procesos anteriores es considerando las condiciones y las
circunstancias en las cuales una mujer se incorpora al mundo feminista. Por ejemplo, si se introduce al feminismo por la seducción sentida en encuentros internacionales, leyendo literatura feminista, o simple y llanamente por el desencanto experimentado dentro de las organizaciones de izquierda y la necesidad del propio espacio o por ser grupo meta de la acción feminista, como en el caso de muchas mujeres de los sectores populares.

Hechos sociales como ser pobre, de clase media o miembra de un grupo étnico y racial minoritario, el bagaje cultural, ideológico y personal que se trae, la posición dentro de la organización feminista e incluso como se representa una misma en sus propias historias determinan la estilización de un feminismo, que se hace sobre la marcha, en medio de un mar de contradicciones sobre lo que es y debe ser la política de identidad feminista.

La idea del ciclo y circuito cerrado serpenteante representa los varios nacimientos y muertes que se suceden en un mismo proceso vital de permanente renovación de identidades. Identidades insertas en diferentes órdenes discursivos (soy mujer, soy hondureña, soy socialista y revolucionaria, demócrata, soy pequeña burguesa, soy pobre, soy de clase media, soy mestiza, soy negra, soy cristiana, soy atea etc.), que se deconstruyen y se reconstruyen a la luz de una nueva verdad, la verdad feminista.

Por supuesto, abrazar una nueva verdad obliga a una ruptura con el pasado y el presente, así como adherirse a una nueva identidad hace rechazar a aquellas partes del mundo interior y exterior, que componen la diferencia con los demás. En este sentido, las feministas hondureñas no son una excepción en ese difícil drama de querer encontrar un lugar en el mundo y al mismo tiempo querer transformarlo.

1 Breny Mendoza Sintiéndose mujer, pensándose feminista. Editorial Guaymuras, Centro de
Estudios de la Mujer de Honduras, Tegucigalpa, 1996.

2 Norma Vázquez y Clara Murguialda y, "Sobre la escisión vital de algunas feministas
centroamericanas." Mimeo. Centroamérica, julio de 1992.