"No pude conciliar amor y libertad  en Irak"

   Alia Mamduh hace una crítica violenta a la condición de la mujer en su país


 


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Diario Ideal de Granada
13 de abril de 2.000

M. C , Madrid
La escritora iraquí Alia Mamduh vive en Francia en una suerte de exilio. No ha huido del régimen político sino del orden patriarcal. Su esposo, funcionario de Sadam Husein, se ha vuelto a casar y Mamduh se niega a aceptar la poligamia. "En Irak no queda sitio para mí. Ahí estaría condenada a un angustioso confinamiento", dice.

La semana pasada, Mamduh presentó en Madrid Naftalina, una novela que relata la vida cotidiana de una niña en una casa tradicional iraquí. La historia, una crítica violenta a la condición de las mujeres, transcurre en medio de grandes acontecimientos políticos, que se suceden como un tenue telón de fondo.

Publicada por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Naftalina forma parte de una trilogía autobiográfica de Mamduh. En Irak, su obra ha sido condenada al silencio. "No tengo nada contra el régimen. No he sido marginada por mis posiciones políticas. Pero allí hablar de lesbianismo o de la rebelión contra el padre sacude las estructuras", dice.

Mamduh nació en Bagdad en 1944. Pertenece a una generación de mujeres que vivió las grandes transformaciones del mundo árabe, surgidas de los movimientos anticolonialistas, y que pudo acceder a la educación. La mayoría se ha enfrentado a la intolerancia y, en algunos casos, al exilio y la cárcel. La egipcia Nawal Al Saadawi, una de las voces más reconocidas de la escritura de las mujeres árabes, fue condenada a prisión por sus "provocaciones" a las autoridades teológicas al hablar de la sexualidad femenina. A ella se suman Fátima
Mernissi, Assia Djebar, Latifa Al Zayyat, cuyas obras han sido traducidas al castellano.

Naftalina tiene como escenario el universo femenino al que están confinadas las árabes. Huda, la niña protagonista, soporta las palizas del padre, y su desobediencia crea un contrapunto entre varias generaciones de mujeres. La abuela, que representa las tradiciones; la madre, repudiada por el padre, y la tía, que vive una contradicción entre la libertad y la opresión de su sexualidad. "En ese mundo femenino, ellas dominan a los hombres a través del sexo y del amor. Pero también de la hostilidad, del odio y de la provocación", dice.

En la novela no hay ni harenes ni velos. Las mujeres no son esclavas sexuales, y las gentes no están sumergidas en un falso oscurantismo. Tampoco hay una visión exótica. "No he hecho concesiones a Occidente. Cuando escribo no pienso en la traducción. Quiero una obra honesta y verdadera. Sólo tengo mi pluma, y espero que permanezca limpia", dice. La pasión, la segunda parte de esta trilogía, ha sido traducida a seis idiomas. Según Mamduh, el exilio le ha dado una nueva dimensión a su condición de mujer iraquí. "Irak me importa por su gran riqueza cultural y por su historia, más allá de los avatares políticos. Cuando salí de la patria, empezó en mí la patria. El exilio me ha dado la posibilidad de observar lo que ocurre en Irak con distancia".

Mahmud cree que su generación ha pagado un gran precio por la libertad. Y que, gracias a ese sacrificio, las más jóvenes deben pagar un precio algo menor. "Yo no podía tenerlo todo. En la época en la que yo crecí no había confabulación posible entre el amor y la libertad. Y yo perdí a mi familia". Mahmud ha elegido París para su exilio personal, "aunque lo lógico era ir a Londres, porque allí vive mi hijo. Pero, hombre al fin, habría querido tenerme bajo su custodia".

La autobiografía ha sido una tentación de muchas escritoras árabes, reconoce. "Hemos sufrido una gran represión y tenemos el derecho a escribir un poco de nuestras vidas. Es una especie de grito". Mamduh asegura que ha tenido que dominar el miedo: "El miedo del otro, que llevamos dentro. Antes de poder enfrentarme a mi marido, al régimen, a la sociedad, tuve que saber por qué tenía tanto miedo, descubrir dónde se agazapaba y eliminarlo".

Huda, "que parece un chico", logra vencer el miedo. "Mi padre fue el primer policía con el que me enfrenté en la vida", dice. "Él representaba el poder del Estado. Su locura, al final de la novela, muestra el desquiciamiento de todo el poder, porque una sociedad que destruye a las mujeres sólo puede terminar así, enloquecida", concluye.