NO BASTA CON LA PENA
Por Nati Abril
periodista y profesora de la UPV/EHU
Publicado en ANDRA
“ ‘Me cogió del cuello y me dijo
que no gritara, que abriese la puerta, que me iba a matar con un cuchillo’.
Así comienza el relato de Remedios Dominguez, la mujer que salvó
la vida (…). Lo podrán escuchar ustedes después de la publicidad”.
Sentada en la barra de un bar, mientras esperaba que llegasen los cafés,
no daba crédito a las imágenes televisadas ni a las palabras
pronunciadas por la presentadora de un informativo de Tele 5. Mi asombro
fue mayúsculo. Tanto como la indignación. Una fórmula
informativa novedososa que interpreté como un salto cualitativo
en el tratamiento ya de por sí denigrante de la violencia de género
en televisión. “!Vaya jeta que le han puesto!”, “Le han untado bien
¿eh?”, dijeron unos tíos apoyándose en el mostrador.
Las dos mujeres que estaban con ellos, unos pasos más atrás
y fuera de la barra, permanecieron en silencio mirando fijamente a la pantalla
y después, en voz baja, hicieron algún comentario entre ellas
que no llegué a escuchar. Pero tan pronto desaparecieron las imágenes
de la mujer magullada y malherida y entraron los anuncios, cambiaron de
tema de conversación.
Hasta ese día, las cámaras
no habían mostrado con tanto descaro su faz más carroñera
en la cobertura informativa de la violencia de género. Han emitido
docudramas y algún que otro vergonzante montaje con el rimbombante
nombre de “investigación”, pero no se habían pasado imágenes
de índole tan morbosa en un informativo. Para mí, al menos,
fue la primera vez. Unos días antes, durante su ingreso en el hospital,
las cámaras ya habían invadido su intimidad (no dudo que
con su consentimiento) y mostrado a una mujer traumatizada, en estado lastimoso,
postrada en una cama hospitalaria. Las imágenes, sin lugar a dudas,
fueron impactantes. Lo que era del todo imprevisible es que la misma cadena
de televisión esperase su salida del hospital con el fin de captar
el impresionante momento en el que una vulnerable mujer, rota por la brutal
experiencia sufrida, se viniera abajo al encontrarse de nuevo en el lugar
donde fue atacada.
No les falló la intuición.
Las emociones, como era de esperar, se desataron nada más abrir
la puerta del ascensor, poner un pie en el rellano de la escalera y fijar
la mirada en la puerta de su casa. Las cámaras se cobraron la pieza
deseada: Gemidos, llantos, gritos, amagos de desvanecimiento, desgarro.
Puro realismo, dirán unas personas. Pura carnaza televisiva, otras.
Pero no fue suficiente con las patéticas imágenes. Faltaba
el relato dramático de los hechos en primera persona: “Fue aquí.
Aquí. No noté los cortes pero ví la sangre. Al final
me cortó las muñecas y me salía un chorro muy grande
de sangre. Me cortó las venas por un lado y por el otro los tendones.
Yo grité todo lo que pude y daba patadas a la puerta de mi vecina
(…)” .”¿Qué estado de ánimo tiene usted?”, inquiere
todavía la voz de la periodista…
Por lo visto, los espacios informativos
no han podido resisitirse a las rentables audiencias que proporcionan los
paseos de algunas famosas maltratadas por su ex por los platós de
programas noctunos de entretenimiento, o los lamentables testimonios de
las “víctimas de la violencia doméstica” -como gusta presentarlas
intencionadamente-, en la programación de tarde. Mujeres anónimas
dispuestas a relatar su “historia” y regalar los morbosos oídos
del público con detalles escabrosos que, por innecesarios, hieren
en muchos casos la sensibilidad.
El afán de novedad impone cada nueva
temporada mayores dosis de dramatismo, de truculencia. Es el todo vale
con tal de que suban las audiencias. El negocio. Ahora se ha puesto de
moda que las presentadoras -en la programación “rosa” de la tarde
predomina el género femenino- en vez de permanecer de pie y a distancia
de las invitadas, se aproximen y se sienten al lado de la “valiente” mujer
que se atreve a contar ante las supuestas millonarias audiencias cómo
y cuánto le han pegado, maltratado y humillado, física y
psicológicamente, con todo lujo de detalles. A veces, con la emoción
del relato, a la invitada se le seca la gargante o le brotan las lágrimas
impidiéndole seguir. Es el momento idóneo para que la presentadora,
arrebatada por su humanidad, le haga una caricia, le ofrezca un vasito
de agua, le seque las lágrimas y, mirando con gesto conmovido a
la cámara, suelte algo así como: “Ahora nos vamos un momentito
a publicidad, pero no se muevan. A la vuelta seguiremos con este y otros
terribles y emocionantes relatos. No se vayan”. Y, ciertamente, los testimonios
-sean verdad o mentira- encogen el corazón.
La televisión, como se sabe, gusta
y necesita de lo espectacular, de lo extraordinario, del drama, para sobrevivir.
La tendencia, incluidos los informativos, es ir aumentando gradualmente
su intensidad hasta límites insospechados, siempre cuestionables
desde la ética informativa. Cada día que pasa las imágenes
y el grado de violencia en los programas son más fuertes. Se seleccionan
aquellas imágenes novedosas siempre que sean impactantes, conmuevan,
aterren. Imágenes en las que abunda la sangre, la destrucción,
la muerte en directo (Afganistán, Palestina, el ‘11-S’…). Los detalles
escabrosos hacen crecer, supuestamente, el interés y el valor informativos.
Nada vale sin embargo, o eso parece, la dignidad de las personas, dueñas
absolutas de sus cuerpos y de sus vidas, ahora malheridas, rotas, perdidas,
desperdigadas, indefensas ante la mirada carroñera de una cámara.
Resulta injustificable, se mire por donde se mire, jugar a ser “testigos
de la realidad” y ofrecer después, como gancho de audiencias, la
visión de una mujer recien acuchillada, con la cara hinchada y a
medio vendar, llena de moraduras y heridas por todo el cuerpo, y un brazo
prácticamente imposibilitado. El respeto y consideración
al género humano debería poner fin al simulacro de aparecer
como “cámaras sensibles y solidarias”, mientras se hace negocio
con mercancías tales como sangre, dolor, vendas, lágrimas,
heridas, ignorancia, sufrimiento, necesidad.
Quienes están detrás de las
programaciones, quienes seleccionan las imágenes, quienes compran
los derechos de explotación de determinados programas, saben perfectamente
lo que hacen: Buscan la rotundidad del éxito, aunque a veces metan
la pata, lanzando flechas emponzoñadas al corazón, a la esfera
emocional. Y quienes construyen las informaciones y los “testimonios” sobre
violencia de género, también. Saben perfectamente que la
mejor manera de que las cosas sigan igual, de encubrir la problemática
de fondo y mantener impolutas las relaciones jerárquicas entre los
sexos, es informar sobre la violencia sexista como si se tratara de una
suma de “dramáticos” sucesos personales en vez de como un problema
ideológico y colectivo, fruto del sistema patriarcal en el que nos
educamos mujeres y hombres.
Seguir utilizando términos como
“crimen pasional” o “compañero sentimental”, refiriéndose
al asesino, y frases como “un problema que se ha hecho dramático”
o “aunque había rehecho su vida con otra mujer, seguía enamorado
de ella y no quería perderla”, es, además de una grave ofensa,
una manera de justificar el uso de la violencia de los hombres contra las
mujeres, de dar carta de normalidad -por “dramática” y “lacra social”
que sea- a los asesinatos de mujeres. En la construcción de todo
relato informativo juegan un papel fundamental las fuentes. En el caso
de la violencia de género, las más habituales, intencionadamente,
son vecinales y familares, cuyas declaraciones contribuyen a remarcar el
carácter individual, personal y de ámbito doméstico
de las agresiones. Estas fuentes ahondan en descripciones de la relación
-“algo le ha tenido que pasar porque era un hombre muy bueno”, o, “esto
era algo que se venía venir…” -, reduciendo y encerrando artificialmente
las agresiones en el mundo de los afectos. Se narra el suceso pero no el
problema, se exhibe el efecto pero se esconde el motivo de fondo. Por el
contrario, no se acude a fuentes conocedoras y estudiosas de la violencia
de género con capacidad de explicar, interpretar y argumentar sobre
las causas que la producen y de desentrañar sus raíces ideológicas,
colectivas y políticas.
Hay quien piensa que, con tal de salir
en los medios de comunicación, todo vale. Lo importante es que se
hable, dicen. Pero este tipo de marketing es muy útil cuando se
trata de vender un libro, un disco, incluso una idea…, pero, en el caso
de la violencia contra las mujeres, el tratamiento informativo resulta
sumamente perverso. Al final sucede como les pasó a las parejas
del bar. Que cuando se pasa la página o se apaga la televisión,
llega el olvido. Tal es la conformidad mental.
Nati Abril, periodista
y profesora de la UPV/EHU
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