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Por qué necesitamos una izquierda feminista

Por Meredith Tax

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Meredith Tax es escritora y activista política desde fines de los años sesenta. Fue miembro de Bread and Roses, uno de los primeros grupos socialista-feministas en Boston. Su ensayo publicado en 1970, Woman and Her Mind: The Story of Everyday Life, es considerado un documento fundante del movimiento de liberación femenina de los Estados Unidos. Participó activamente en el movimiento anti-bélico y de la izquierda de los años setenta y en el Chicago Women’s Liberation Union. Desde 1976 vive en Nueva York. En 1977 fue co-presidenta fundadora del Committee for Abortion Rights and Against Sterilization Abuse (CARASA), que contribuyó a iniciar la Red Nacional de Derechos Reproductivos de Estados Unidos, de cuyo Comité Directivo formó parte.

Tax ha escrito el libro de historia, The Rising of the Women: Feminist Solidarity and Class Conflict 1880-1917 (1980; 2001); dos novelas históricas, Rivington Street (1982; 2001) y Union Square (1988; 2001), además de un libro con ilustraciones para niños, Families (1992; 1996) que fue censurado en 1993 debido a las críticas de la Christian Coalition por su enfoque no tradicional de la estructura familiar. Ha escrito también muchos ensayos políticos y literarios, entre otros, para la revista The Nation. En 1986, Tax junto con la célebre escritora Grace Paley iniciaron el American Center Women’s Committee PEN. Más tarde, fue Presidenta fundadora del Comité Internacional de Mujeres Escritoras PEN. Desde 1994, es Presidenta de Women’s WORLD (World Association for Rights, Literature and Development), una red global de libre expresión para escritoras feministas http://www.wworld.org que lucha contra la censura por razones de género.


Pertenezco a un grupo bastante pequeño de mujeres norteamericanas profundamente feministas pero que también siguen considerándose socialistas. Mi trabajo sobre la historia de las mujeres norteamericanas me ha convencido de que a los movimientos de mujeres les va mejor en los periodos de efervescencia progresista general, cuando la izquierda también es fuerte. Esta no ha ocurrido en los Estados Unidos desde los setenta.

Situación de los EEUU

¿Existe todavía una izquierda en EEUU? Escasamente. Existen algunos medios de izquierda: revistas que van desde The Nation y Mother Jones a pequeñas publicaciones sectarias o de jóvenes, sitios web y listas electrónicas de izquierda, radio Pacifica y Democracy Now (Democracia Ahora), e innumerables blogs. Existe un pequeño movimiento contra la guerra liderado por United for Peace and Justice (Unidos por la Paz y la Justicia), y alguna actividad anti-bélica feminista liderada por Code Pink (Código Rosa). Hay unas pocas sectas marxistas remanentes de épocas anteriores. Existen pequeños grupos homosexuales que hacen trabajo organizativo en sus comunidades, algunos de los cuales tienen una importante historia de activismo militante en VIH-Sida. Hay muchos grupos locales de base que trabajan temas como la justicia económica o la reforma educativa, organizando a sus comunidades o a trabajadores migrantes. Muchos de estos grupos son liderados por mujeres y hacen un trabajo muy interesante, pero carecen de fondos y no pueden llegar mucho más allá de sus propias redes y comunidades. No han tenido aún mucho impacto en los trabajadores sindicalizados a pesar que existen aún algunos izquierdistas en el movimiento sindical, responsables de gran parte del soporte e iniciativa que han logrado.

Se está iniciando también un nuevo movimiento estudiantil; es muy pronto para saber hasta dónde llegará. Existe un movimiento potencialmente masivo pero temeroso a favor de los derechos de los inmigrantes, que logró impulsar impresionantes marchas nacionales tres años atrás bajo el liderazgo políticamente ambiguo de la Iglesia Católica, pero que tuvo que enfrentar una enorme campaña anti-migrantes y acciones punitivas por parte del gobierno, y desde entonces se desvaneció. Y existe una gran oleada de energía popular en torno a la política electoral, particularmente el activismo de los jóvenes que trabajan con Barack Obama.

Pero las dos cosas más importantes que dan autoridad y cohesión a un movimiento de izquierda –una organización nacional y un conjunto claro de ideas susceptibles de congregar a las personas- están completamente ausentes en los EEUU. El nivel de discusión es pobre; los debates existentes tienden a ser académicos e improductivos. En pocas palabras, la izquierda norteamericana no ha encontrado todavía una forma de recuperarse de los dos golpes de los ochenta, el colapso del comunismo y la ofensiva política de la derecha.

En cierto punto, según la teoría, aunque no tuviéramos una organización nacional o un partido de izquierda que abordara cuestiones múltiples, los nuevos movimientos sociales –movimiento de mujeres, movimiento gay, movimiento negro, movimiento latino, movimiento Asiático–Americano, movimiento Nativo Americano, movimiento sindical, etc., etc.- llenarían el vacío. Pero todos estos movimientos se han visto afectados por el abrumador clima conservador de los últimos veinticinco años, que los empujó a asumir una postura defensiva. Han tenido que luchar tan intensamente para preservar lo que habían logrado, como los derechos al aborto y la acción afirmativa, que no les ha quedado espacio para pensar cómo avanzar. En este clima, la gente de izquierda no ha logrado conducir exitosamente los debates y luchas internas requeridos para construir una base democrática amplia, un programa unificado y claro, o un liderazgo con conciencia de clase, en ninguno de los nuevos movimientos sociales.

Este debate es fundamental porque muchas de estas organizaciones son burocráticas y verticales, marcadas por el deseo de ascender y la política de Washington. Su cultura organizacional es corporativa: se concentran en conseguir fondos, y piensan en términos de marcas y de construcción de su propio prestigio y participación en el mercado, no en la construcción de un movimiento amplio.

Las organizaciones de mujeres de la corriente principal o mainstream, por ejemplo, como NOW, Feminist Mayority (Mayoría Feminista) y la National Women’s Political Caucus (Asamblea Política Nacional de Mujeres) tienen grandes presupuestos que cubrir; buscan una visibilidad que les ayude a obtener fondos y han sido, en su mayoría, completamente moldeadas por su interacción con el Estado, de manera que su perspectiva es siempre: qué es lo que favorecerá el lobby, qué será útil en la próxima elección. Su lealtad política le pertenece al Partido Demócrata más que a cualquier base amplia de mujeres.

Por supuesto, la formación de un movimiento amplio, democrático y diverso de mujeres contribuiría, en el largo plazo, a los objetivos de tipo electoral y legislativo. Pero incluso si una pudiera dejar de lado las cuestiones vinculadas al ego y al control, las feministas de la corriente principal tienden a pensar que los esfuerzos orientados a construir un movimiento amplio compiten con los esfuerzos por construir su propia organización. Estas mujeres y sus organizaciones son la cara pública del feminismo en mi país; la cara es blanca, vieja y corporativa. Como resultado, la mayoría de mujeres jóvenes y de color afirman que no pueden relacionarse con el movimiento feminista, aún cuando tengan ideas feministas.

Pero el clima político está cambiando. En los últimos años, el Huracán Katrina, la guerra en Iraq y ahora las elecciones han creado nuevas condiciones para redefinir el movimiento feminista. Esto queda claro en los debates en torno a la nominación del Partido Demócrata, en los cuales las mujeres negras y de izquierda se han manifestado fuertemente en contra del intento de la campaña de Clinton de hablar por ellas. En otras palabras, en los EEUU, la elección ha traído a primer plano las cuestiones de clase y raza y nos ha dado la oportunidad de preguntarnos qué tipo de movimiento de mujeres necesitamos, aunque estamos lejos de hacer esta pregunta de manera organizada.

Creo que, para los EEUU, la respuesta a esta pregunta es que necesitamos construir una izquierda feminista. Es decir, tomar todo lo que hemos aprendido como feministas en los últimos cuarenta años e integrarlo a lo que la izquierda solía saber, pero que ha olvidado ampliamente. El proyecto de integrar el feminismo y la izquierda es clave en este periodo, porque las mujeres constituyen un aspecto crucial en el gran conflicto dinámico de nuestros tiempos, el conflicto entre la modernización capitalista globalizada, liderada por los profetas norteamericanos del libre mercado, y los movimientos identitarios de derecha nacionalistas, religiosos y étnicos que emergen de las ruinas del sistema de la Guerra Fría en 1989. Para rastrear el desarrollo de esta contradicción, retrocedamos a 1989.

La Contradicción Central

Como 1968, 1989 fue uno de esos años en los que todas las contradicciones sociales y económicas que venían forjándose por largo tiempo, salieron a la superficie con una gran explosión de energía popular. La Guerra Fría terminó y los pueblos de Europa oriental rechazaron no sólo la dominación soviética, sino el propio comunismo. En China, un resurgimiento democrático similar fue aplastado por tanques pero, salvo en este país, 1989 fue un año de esperanza, en el que se hablaba de un “dividendo de paz”. En Sudáfrica, el gobierno inició negociaciones secretas con Nelson Mandela, aún en prisión, las que conducirían al fin del apartheid, y que otorgó el liderazgo político a los negros pero dejó intacta la estructura económica subyacente, controlada por los blancos. En América Latina, el final de la era de las dictaduras estuvo marcado por las elecciones democráticas en Chile y Brasil.

Sin embargo, en lugar de iniciar una era de dividendos de paz y democratización, la caída del comunismo condujo a una oleada conservadora global en la medida en que los políticos de liberación nacional, previamente de izquierda, empezaron a convertirse a la política identitaria de derecha. Los siguientes eventos ocurrieron, todos, en 1989: Los Talibanes llenaron el vacío dejado por las tropas soviéticas que abandonaron el país. El Ayatollah Khomenei proclamó una fatwa sobre Salmon Rushdie, que condujo a una movilización global de los fundamentalistas islámicos. Slobodan Milosevic consolidó su ascenso al poder con un discurso en Kosovo, haciendo un llamado al nacionalismo serbio. Los fundamentalistas hindúes de Shiv Sena derribaron la Mezquita de Ayodha en India y cientos de personas murieron en los disturbios posteriores. En los Estados Unidos, Pat Robertson formó la Christian Coalition, centro organizativo de la campaña impulsada por los Protestantes Evangélicos, para transformar el Partido Republicano en defensor de los valores familiares contra las elites liberales y sus prácticas culturales degeneradas.

Sin ningún oponente que los mantuviera bajo control, también los profetas del libre mercado salieron a la ofensiva. Trabajando a través del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, empezaron a presionar para abrir los mercados del mundo al capital del Norte. Desde entonces, el conflicto entre estas dos fuerzas políticas, la globalización de libre mercado y los movimientos identitarios de derecha, que salieron a la superficie en 1989, ha configurado la política mundial.

No hablaré mucho sobre la globalización porque creo que las personas en el Perú la entienden probablemente mejor que yo. Baste con decir que todos los trabajos tradicionalmente a cargo de las mujeres, incluyendo el cuidado de los niños y los ancianos, se han convertido en mercancías que se venden y compran en el mercado global. La globalización ha incrementado el valor de mercado de las mujeres y les ha dado la oportunidad de alejarse del clan, del padre y del hogar, del mismo modo en que el capitalismo temprano las sacó del campo a la economía industrial, para mejor o peor. Para mejor, porque las mujeres adquirieron los medios para forjar sus identidades individuales y su autonomía. Para peor, porque son objeto de las formas más violentas de explotación, en calidad de trabajadoras textiles o electrónicas encadenadas a sus máquinas, trabajadoras sexuales controladas por criminales, empleadas domésticas importadas, trabajadoras migrantes del campo cuya salud es destruida por los pesticidas, o ilegales que pueden ser deportadas en un abrir y cerrar de ojos, dejando atrás a sus hijos. En todas estas formas, las mujeres se han vuelto una pieza clave dentro del proyecto de integración económica global y modernización.

Pero las mujeres son también una pieza clave para los proyectos de los movimientos identitarios de derecha. Sean estos movimientos nacionalistas, fundamentalistas, o étnicos, todos evocan la ilusión de una antigua comunidad homogénea, gobernada por hombres ancianos; todos congregan a sus tropas para enfrentar a los grupos étnicos o religiosos vecinos; todos utilizan la violencia como herramienta principal. El control de las mujeres es fundamental para estos movimientos: las niñas son asesinadas sólo por ir al colegio; se prohíbe a las mujeres que trabajen fuera de su casa incluso si son el único soporte de sus familias; se les mata a pedradas si son acusadas de adulterio; las niñas son asesinadas por sus familiares si salen con el chico equivocado. De hecho, la furiosa energía con la que muchos movimientos identitarios de derecha luchan contra el imperio Americano tiene mucho que ver con el miedo de perder el control sobre las mujeres.

¿Por qué estos movimientos se han fortalecido tanto desde 1989? Generalmente, se dan dos razones. 1) Con la remoción de la presión soviética, el vapor acumulado durante décadas por los movimientos identitarios nacionalistas y religiosos hizo volar la tapa de la olla a presión. 2) Con la globalización, las formas capitalistas de organización y los valores capitalistas –definidos como occidentales- penetran actualmente las áreas más remotas, trayendo sus valores, medios de comunicación y seducciones, amenazando las formas tradicionales de vida y socavando las economías locales. Esto molesta a las élites masculinas tradicionales. Pero existe una tercera razón: 3) El éxito del movimiento global de mujeres que, a pesar de los reveses y la masiva cooptación, se ha fortalecido en los últimos veinte años, alcanzando el punto más alto con la conferencia de El Cairo en 1994 y la conferencia de Beijing en 1995, ha hecho sonar la alarma en los enclaves tradicionalistas, desde el Vaticano y Saudi Arabia hasta Borough Park, NY.

El impacto del movimiento global de mujeres en los noventas generó expectativas crecientes y una mayor asertividad en las mujeres de todo el mundo, y condujo a logros reales. Algunos países (India, Francia, Suecia, la mayoría de países en Latinoamérica) aprobaron normas que establecían cuotas para las mujeres en el Congreso. Las mujeres pasaron a realizar trabajos antes restringidos a los hombres y, con salarios más altos, tuvieron mayores posibilidades de dejar matrimonios violentos o insatisfactorios. Incluso trataron de ganar acceso a la propiedad de la tierra, todavía reservada a los hombres en muchos lugares del mundo, y en algunos tuvieron éxito, aunque limitado.

El movimiento global de mujeres también insistió en el hecho que los derechos humanos son indivisibles y se aplican tanto en la casa como en el ámbito público. Esto significa que los principios de derecho deben ser lo suficientemente fuertes como para romper la histórica división entre lo público y lo privado, y poner sobre el tapete asuntos como la mutilación genital, la violencia doméstica, el incesto, el matrimonio forzado, el maltrato de las viudas, y los asesinatos por afrentas al honor. Dado que la familia es el último baluarte de la autoridad masculina tradicional, los intentos de dar a las mujeres iguales derechos y protección legal son enormemente amenazantes, y los movimientos identitarios de derecha se ha resistido ferozmente a este cambio en nombre de la tradición, las creencias religiosas, o la defensa de la familia.

Construyendo una Izquierda Feminista

En la medida en que el control de las mujeres es tan importante para la globalización como para los movimientos identitarios de derecha, la defensa de los derechos sociales y económicos de las mujeres debe ser un aspecto crucial para la izquierda. Es imposible desafiar estos movimientos de manera efectiva, sin oponerse a su visión de las mujeres, la sexualidad y la familia, adoptando una visión feminista del mundo que no esté estructurada sobre la base de la dominación, la explotación y la guerra. Cualquier movimiento de izquierda que espere poder enfrentar los retos políticos actuales debe comprender este hecho y aprender del feminismo.

Pero las feministas norteamericanas necesitamos una izquierda más fuerte tanto como la izquierda nos necesita a nosotras, para proveer una base desde la cual luchar contra la tendencia al elitismo y el conservadurismo tan fuertes en nuestro movimiento. Necesitamos construir un nuevo tipo de movimiento en los EEUU, uno que comprenda la importancia del trabajo de las mujeres y de la reproducción social para esta etapa del capitalismo, y que se movilice en contra de las agresiones de la globalización y la derecha contra las mujeres. Dicho movimiento tendrá que abordar tres cuestiones: la ideología, el programa y la organización.

1) Ideología

En los EEUU, desde 1989 ha sido casi imposible usar el lenguaje del marxismo o el socialismo, e incluso hablar de la necesidad de una transformación social. No era fácil hablar de estos temas tampoco antes del final de la Guerra Fría, debido a la fuerza del capitalismo en EEUU, pero ahora ni siquiera sabemos qué lenguaje usar. Este problema resulta evidente en el lenguaje de la campaña de Obama. Creo que Obama es una genuina fuerza progresista, y su campaña me ha dado más esperanzas que cualquier otra cosa que haya visto en los EEUU desde los setenta. Pero su lenguaje y sus ideas son muy simples -Queremos el cambio!” “Sí podemos.” Hay algún cuestionamiento sobre el lugar de los EEUU en el mundo, algunas palabras sobre la necesidad de que el gobierno intervenga cuando fallan las fuerzas del mercado, pero no un análisis real. Parte de ello se debe a que la cultura norteamericana es siempre muy pragmática, y sin duda su campaña está siendo muy cuidadosa porque ya los están criticando y encasillando como “rojos” o por su enfoque racial. Pero gran parte del problema se debe a que no contamos con un lenguaje que permita describir lo que queremos. El lenguaje del socialismo marxista fue desacreditado por décadas de práctica Estalinista y todavía no hemos desarrollado ningún otro.

La discusión más dinámica sobre formas alternativas de vivir y ver la política proviene de los ambientalistas, que tratan de empujarnos a lidiar con la crisis ambiental –una crisis aterradora que pensamos será difícilmente enfrentada con la urgencia suficiente. De la síntesis entre ambientalismo y feminismo, está empezando a emerger un nuevo paradigma, que se distancia de la política de oposición binaria y transformación por la fuerza que ha sido central a la filosofía política occidental, incluyendo el marxismo. Este nuevo paradigma busca un tipo de transformación diferente, que nos permita seguir viviendo en la tierra a través no de la dominación, sino del equilibrio y la sustentabilidad. Estas ideas pueden encontrarse, en sus diferentes manifestaciones, en los escritos de filósofas, historiadoras y antropólogas feministas, en análisis ambientales y ecológicos de hombres y mujeres, y en la ciencia ficción de escritores visionarios como Úrsula Le Guin y Kim Stanley Robinson. Estas ideas están recién empezando a permear el discurso más oficial de la política y las políticas. Encontrar las maneras de explorarlos y analizar cómo encajan en los paradigmas políticos previos, y en la justicia social, es parte de la tarea que tenemos por delante.

2) Programa

Una izquierda feminista necesitaría un programa escrito que establezca qué es lo que representa. Fuera de eso, necesitaría proyectos que muestren un compromiso de servicio a las personas, para ayudarlas a lidiar con sus problemas cotidianos concretos, abordar las contradicciones que existen en sus vidas, y comprender que lo personal es político. Servir a las personas no es realizar un trabajo social, sino desarrollar programas que aborden las necesidades cotidianas de la gente, sean éstas alimentación, vestido, vivienda, seguro de salud, educación para adultos, guarderías diurnas y programas extracurriculares, clínicas de aborto, mejores escuelas públicas, servicios de salud ambulatorios. Una de las razones por las que las iglesias hacen un mejor trabajo que la izquierda en mi país, es que proveen alimentos, vestido y abrigo, así como una ideología coherente. Una izquierda feminista tendría que construir espacios alternativos, territorios liberados, lugares donde las personas puedan reorganizar sus vidas, discutir temas vinculados a la familia, la sexualidad, el género, la violencia, el incesto, el abuso infantil, y recibir apoyo para abordar estos problemas. La construcción de este tipo de espacios alternativos gratuitos es también parte de una estrategia de largo plazo orientada a crear ámbitos de poder dual, para lograr una situación de abierto desafío al sistema. Este modelo de provisión de servicios es muy diferente al modelo utilizado actualmente por las ONG, cuyos programas financiados funcionan esencialmente como un brazo del gobierno. Es también diferente al modelo de Estado socialista, que demanda que el gobierno provea todos los servicios sociales que se requieran. Sí, a largo plazo, el gobierno debería asegurar el bienestar de sus ciudadanos, pero en periodos como el actual, donde esta idea es irrisoria, la izquierda debe encontrar maneras de cubrir por sí misma algunas necesidades: proveer la educación que no está disponible en la escuela, la protección contra la ejecución de una hipoteca que no proporciona el gobierno, el seguro de salud que no existe en ningún otro lugar. En periodos anteriores de la historia de EEUU, cuando la izquierda estaba más organizada, sabíamos cómo hacer estas cosas.

a) Antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el Partido Socialista era un movimiento de masas, colocaba gran énfasis en la educación. En los días previos a la radio o TV, los oradores socialistas, muchos de ellos mujeres, cruzaban el país y se alojaban en las casas de los camaradas, dando charlas gratuitas y vendiendo literatura en cada lugar en el que paraba el tren. En los veranos, existían campamentos socialistas en el territorio de Kansas y Oklahoma; las personas venían de muy lejos, recorriendo hasta sesenta millas de distancia, muchos en vagones cubiertos en los que permanecerían durante semanas, recibiendo educación, leyendo, conociendo gente.

b) El movimiento Farmers’ Holiday surgió de las profundidades de la Depresión de 1932, cuando los precios bajaron tanto que la población rural literalmente moría de hambre y perdía sus granjas. Para restringir la oferta y elevar los precios de sus cultivos, convocaron a huelgas y quemaron el maíz en los campos. Bloquearon los caminos para evitar que los alimentos llegaran al mercado. Cuando los bancos ejecutaban una hipoteca en una graja vecina, todos aparecían en la subasta, pero habría solo una oferta de, digamos, cinco centavos. El banco tenía que vender al que ofrecía mas, que devolvía la tierra a su dueño.

c) La International Working Order (IWO) era una federación de grupos idiomáticos afiliados al Partido Comunista. En la época de mayor extensión, en los años cuarenta, alcanzó a tener 200,000 miembros. La rama más grande era la Yidish, con base en NY. Tenían un amplio colegio, con clases de marxismo, literatura, inglés, a las que asistían amas de casa y trabajadores de la industria textil. Implementaron dos clínicas, una de salud y una odontológica de la IWO, para ofrecer atención medica a sus miembros, gestionaban sus propios cementerios, tenían un campamento de verano, el Camp Kinderland. Y establecieron el primer programa de seguro médico sin fines de lucro, que fue tan exitoso que la industria de seguros hizo que la cerraran durante el periodo Macartista.

3) Organización

Para que un movimiento pueda tener un programa amplio de este tipo, requiere de una organización nacional. Sólo con la organización es posible lograr una división del trabajo que permita a la gente concentrarse en una o dos cuestiones o proyectos, y saber que todos trabajan juntos por un objetivo mayor. El problema en los EEUU es que nuestra experiencia histórica con las organizaciones ha sido tan distorsionada por el sexismo, el racismo, la burocracia, el sectarismo y el estalinismo que mucha gente -incluyendo las feministas de mi generación- decidió que era mejor tener la menor organización posible. Arrojamos al bebé junto con la bañera.

La cuestión no es cómo actuar sin organizaciones, sino cómo construir organizaciones democráticas, transparentes, con una estructura tan horizontal como sea posible, y que aun así brinden la coordinación necesaria para desarrollar nuestro programa. ¿Cómo sería una organización de izquierda feminista? No tengo un diseño claro, pero sí algunas reflexiones: Una organización de izquierda feminista estaría profundamente comprometida con la democracia, con la escucha, con fomentar el liderazgo de gente nueva y diversa. Tendría un estilo de trabajo de abajo hacia arriba, con métodos para asegurar que las y los lideres en cada nivel escuchen a las bases.

Trabajaría siguiendo los principios que guían a los movimientos, no a las ONG. No dependería de financiamiento de grandes donantes o fundaciones, sino que establecería cuotas y dependería del trabajo voluntario. Sus procesos serían transparentes y su equipo de trabajo no ganaría grandes sumas en los niveles altos y sueldos de hambre en los niveles bajos. La labor del personal sería llevar a cabo los mandatos de sus miembros, motivarlos y ayudarlos a organizarse, no reemplazarlos.

Valoraría la investigación pero conscientemente extraería su teoría de la práctica, y combatiría el sectarismo y el dogmatismo. Lucharía por superar la división entre trabajo intelectual y manual, entre hablar y escribir y trabajar con las ideas, y entre hacer trabajo de campo, organización y oficina. Seria internacionalista en teoría y práctica, comprometido con la lucha contra el racismo, la xenofobia, el sexismo, la homofobia, y los prejuicios contra las personas transgénero. Combatiría esta cosas en el mundo y en sus propias organizaciones, pero lo haría enfatizando programas, la interacción y la educación, no haciendo un fetiche del lenguaje.

Creo que, para las feministas norteamericanas, la tarea es empezar el trabajo intelectual y el debate necesarios para preparar las bases de una izquierda feminista. Debemos formular las preguntas básicas: ¿Qué queremos? ¿Cómo podemos construir una nueva narrativa? ¿Qué lenguaje usamos? En la mayoría de épocas, las feministas no han visto como su tarea el tratar de elaborar una estrategia para la izquierda en su conjunto; nos hemos concentrado en las necesidades de las mujeres. Pero, incluso en los EEUU, con todas sus limitaciones, el movimiento de mujeres ha tenido muchos logros en los últimos treinta años y ha mostrado un considerable poder para mantenerse. Tal vez es hora que nos hagamos responsables de la izquierda. Creo que esta es la única manera en que podemos abordar efectivamente las necesidades de las mujeres.

P.-S.

(Traducción: Rosana Vargas)

[1] Exposición presentada en el conversatorio ¿Es necesaria una izquierda feminista? el 12 de junio de 2008 en el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, organizada por el PEG-UNMS


Fuente: Blog Des-ubicadas


2008-09


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