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Nadie hablaría de esto si fuéramos hombres

Su ropa, su peinado y su historia familiar. ¿Por qué se cuestiona a las mujeres en política sobre su aspecto o vida personal?

Por Natalia Junquera

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Para que Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior (por nombrar a uno), hubiese generado un volumen de comentarios sobre su atuendo el día de la Pascua Militar similar al de la ministra de Defensa, Carme Chacón, probablemente tendría que haber acudido al acto vestido con una falda.

La ministra pronunció ante el Rey un largo discurso; explicó, entre otras muchas cosas, los cambios que conllevaba la Ley de Carrera Militar, las últimas adquisiciones de armamento o el estado de las misiones en el exterior. Pero lo que inspiró ríos de tinta, de lo que se habló sin cesar desde aquel día, fue de su pantalón, su chaqueta y su sombra de ojos. En un primer momento, la polémica se justificó en una supuesta violación del protocolo, que exigía a las mujeres "vestido largo". Pero en cuanto la propia ministra aclaró que el atuendo había recibido el visto bueno de la Casa del Rey, el asunto quedó reducido a lo que era: otro debate sobre el aspecto de una política. El enésimo.

Podría parecer que la polémica era absurda, y que, por ridícula, era inocente e inofensiva. Y que llamar "María Teresa Fernández de la Vogue" a la vicepresidenta tras aparecer en un reportaje en una revista de moda, o "Carme la del bombo" a la ministra de Defensa cuando estaba embarazada, eran juegos de palabras más o menos ingeniosos, gamberradas sin importancia.

La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, cree, sin embargo, que en esas críticas está uno de los retos de su ministerio. "Tengo la responsabilidad de poner de manifiesto esta diferencia injustificada y gratuita de trato para intentar que, en el futuro, la situación vaya cambiando y no les suceda a otras. Debo hacerlo aun sabiendo que visibilizar esta diferencia de trato traerá nuevos ataques de las mismas minorías que se resisten a los cambios".

Con un esfuerzo de siglos y la aplicación de leyes de discriminación positiva, las mujeres han conseguido conquistar los puestos de responsabilidad. Pero en el escaño de diputada, en el sillón de ministra, arrastran aún el pecado original de ser mujeres y, en penitencia, se las despoja del apellido (Soraya, Maleni...), y se les piden explicaciones de cómo se visten, de cómo cuidan a sus hijos, o por qué no los tienen. ¿Por qué?

Chacón interpretó el revuelo provocado por su atuendo en la falta de costumbre y la resistencia al cambio. "300 años tiene nuestra Pascua Militar; por primera vez una mujer da un discurso al Rey y algunos han creído que de lo que se debía hablar era de la ropa que llevaba la ministra", contestó en una entrevista en Cuatro a Iñaki Gabilondo.

Para Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral de la UNED y autora, entre otros, de Ética contra estética y La política de las mujeres, todo obedece a "la fuerte inercia patriarcal, que mueve aún el planeta Tierra". "Está en las costumbres, en cómo hablamos y pensamos, y la tienen igualmente los dos sexos". Frenar esa inercia será "un esfuerzo de varias generaciones". Pero es optimista. "Cada vez que se produce un episodio como el de Chacón se abre un debate y, generalmente, después se avanza. Funcionan como un termómetro, porque son pruebas que nos dan la temperatura moral de la igualdad. El patriarcado es muy severo, pero todo eso ha empezado a romperse. Antes te echaban de misa si ibas con pantalones. Las mujeres se han empeñado en ser libres, y acabarán siéndolo".

"Se siguen cuestionando, destacando y analizando aspectos relacionados con la vida privada de las políticas, su vestuario, su peinado y otros elementos superficiales que nada tienen que ver con su valía profesional", señala Aído, "y eso se produce con independencia de la afiliación política de las protagonistas". Nunca Esperanza Aguirre había defendido con tanta pasión a un miembro de las filas enemigas como cuando se identificó con las críticas al pantalón de Chacón: "Me indigna que sea motivo de discusión lo que nos ponemos y cómo nos cortamos el pelo... Eso no pasa con los hombres. Todo lo que lleve puesto una ministra del Gobierno me parece correctísimo", zanjó.

Un repaso a los últimos números de las revistas del corazón confirmaba que, al contrario que sus colegas masculinos, la responsabilidad política implica para las mujeres, españolas o extranjeras, el sacrificio de su vida privada. Rachida Dati, la ministra de Justicia francesa, resolvía páginas en todas las publicaciones. Por haber salido del hospital en el que había dado luz a su hija "vestida para no perderse el Consejo de Ministros", por hacerlo "con tacones de aguja", por su baja maternal y por no haber querido revelar el nombre del padre de la criatura -el servicio de espionaje marroquí intentó averiguarlo y la lista de candidatos incluyó al ex presidente del Gobierno José María Aznar-. También se hablaba de "El nuevo amor de Trinidad Jiménez" (secretaria de Estado para Iberoamérica), y por supuesto, del incidente Chacón.

Pilar López Díaz, profesora de Ciencias de la Información, llama la atención sobre lo siguiente: "Mientras todos estaban ocupadísimos criticando el traje de la ministra de Defensa, el hecho de que se llevara a una stripper a la cárcel de Picassent para que actuara delante de algunos hombres que habían violado o matado a mujeres, precisamente por verlas como un objeto sexual, por no respetarlas, pasaba casi desapercibido. Mercedes Gallizo recibió muchas menos críticas por esto que la señora Chacón. Me sorprende".

La polémica sobre el pantalón de la ministra seguía viva aún en las revistas cuando un diario generalista publicó en portada una fotografía de Soraya Sáenz de Santamaría retratada, según explicó su director, "a lo femme fatale", sobre un titular que decía: A solas con Soraya. En la imagen, en blanco y negro, la portavoz del PP en el Congreso aparecía recostada en la habitación de un hotel, vestida con un traje de noche y descalza. Según el diario, la imagen reflejaba "las contradicciones de la propia Soraya" (siempre Soraya), y otra cosa más: "Puesto que Zaplana nunca se fotografió en tanga -comparaba el diario- es obvio que este retrato de Soraya [nunca Sáenz de Santamaría] demuestra que las fantasías y las aspiraciones de muchas mujeres son distintas que las de la mayoría de los varones".

Las aspiraciones de las mujeres, aclaró Aído, que la semana anterior se encontraba en ese periódico con un reportaje sobre su novio, son las siguientes: "Que se nos juzgue por nuestra gestión [...], por si cumplimos o no nuestra palabra y nuestros compromisos. Que se nos mida con los baremos y criterios que se aplican a cualquier hombre".

Ninguna de las colegas de la portavoz del PP cayó en la trampa de criticarla. Tampoco sus compañeros, al menos en público. José Luis Arceo, catedrático en la Complutense especializado en Comunicación Política, interpretó en la imagen "un intento de afianzar la idea de mujer libre y poco cercana al ala ultra del PP", pero aventuró que "no dejarán de lloverle críticas por esto". López Díaz, por el contrario, consideró que Sáenz de Santamaría había pretendido ofrecer una "imagen tradicional de una mujer que, antes de nada, es mujer, y que le gusta agradar". Y expuso como ejemplo contrario a Hillary Clinton. "No ofrecía la más mínima posibilidad a que la consideraran una mujercita. Si un periodista le hubiera pedido que saliera de detrás de la mesa de su despacho para que cruzase las piernas y se hiciera una foto, le habría dicho que la foto se hacía detrás de la mesa en la que trabajaba, porque ésa era la imagen que quería dar".

Preguntada sobre qué deberían evitar ellas en política, Paz Herrera, asesora de imagen de la empresa Quémepongo, afirma: "La imagen debe reflejar la personalidad del político, pero siempre debe ser sobria y acorde a su puesto y situación. Debe reflejar personalidad, pero nunca anular el mensaje".

En cualquier caso, nada hace pensar que, a corto plazo, la imagen de las políticas empiece a importar tanto o tan poco como la de los políticos. Porque el problema de fondo, concluyen los expertos, es que España es aún una sociedad muy machista, en la que los políticos no son una excepción. Lo sabe muy bien Soledad Becerril, a la que Alfonso Guerra definió un día como "Carlos II vestido de Mariquita Pérez". "Fui la primera ministra de la democracia, en 1981, y eso llamó mucho la atención", recuerda. "Los políticos, hombres y mujeres, son reflejo de la sociedad del momento. Si hay casos de machismo entre los políticos es porque esa actitud existe en la sociedad".

Valcárcel va más allá: "Las mujeres son nuevas en esto y se las mira con desconfianza. Estamos en un momento de competición entre dos procesos: la renovación, que pasa porque las mujeres vayan ganando terreno en la esfera pública y les concedan por fin el derecho a la individualidad, el ser juzgadas una a una, y no como ’chicas’; y la resistencia al cambio". López Díaz está de acuerdo: "Las mujeres sufren más críticas porque no son bienvenidas en el terreno del poder, y la prueba es que son necesarias medidas de discriminación positiva que obliguen a listas paritarias. Muchos hombres, más de los que se cree, no están de acuerdo con su presencia en cargos públicos, de ahí que aprovechen cualquier oportunidad para denigrar y socavar sus logros con comentarios que nada tienen que ver con su labor política". A las mujeres, añade Becerril, "se les pide mucho más". "Incluso nosotras mismas nos dejamos llevar por la corriente de ser buenas profesionales y también estar guapas, a la moda...".

En ese escenario machista han surgido mujeres que parecen haber pensado "si no puedes con el enemigo, únete a él". "Oportunistas ha habido siempre", afirma Valcárcel. "También hay muchas que comparten ese contexto patriarcal. Mucha gente misógina lo es realmente sin querer, porque lo ha heredado". Arceo cree también que algunas personas "ejercen de mujer, aprovechan todo este asunto de manera poco natural y eso, al ser una exageración, y ser así percibida, puede ir contra los propios principios de igualdad. Es decir, que si el objetivo es limar el machismo, con exageraciones desde el muy justo feminismo no se consigue alcanzar la meta propuesta sino, probablemente, todo lo contrario".

¿Soluciones? A Becerril le gusta el ejemplo de la canciller alemana, Angela Merkel: "Se presenta tal como es: de aspecto austero, no sigue modas ni se deja torturar por la imagen. Es una magnífica profesional. Está a lo que está".

"Resistir", propone López Díaz. "Vamos por el buen camino. Somos el único país europeo con una ley de violencia de género". Valcárcel señala otra receta: "Si alguien demuestra estar en el pleistoceno moral, lo más eficaz es el ridículo, hacérselo notar".


Fuente: El País


2009-01


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