Últimamente, he dado algunas conferencias a estudiantes de secundaria. En los centros de las zonas menos ricas, ya fuera en pequeños pueblos perdidos en la sierra de Grazalema, poblaciones grandes a orillas del Mediterráneo o suburbios deprimidos de las grandes ciudades, me ha sorprendido la unanimidad del profesorado al analizar la deserción de alumnos, mayoritariamente chicos, aunque también algunas chicas, antes de terminar los estudios obligatorios. ¿La razón? En esta sociedad que hemos construido, la formación académica carece de prestigio y de interés. Lo que motiva a una gran mayoría de jóvenes -dice el profesorado- (y a un alto porcentaje de adultos y adultas –añado yo-) es el dinero, por lo que parte del alumnado está dispuesto a abandonar los libros a cambio de unos ingresos altos, fáciles y rápidos.
Así, durante los años en que España fue hinchando la burbuja inmobiliaria, muchos estudiantes tiraban la toalla casi sin haber cumplido la edad legal para trabajar y se metían a albañiles. Con salarios cercanos a los 3.000 euros mensuales -dicen sus profesores- vivían una vida que no les correspondía. Se creían poderosos, cuando sólo eran ignorantes y pretenciosos. Como España.
Finalmente, la burbuja inmobiliaria nos explotó en plena cara. Y España tuvo que apearse del espejismo. Los jóvenes obreros sin formación, también: no tenían trabajo, estaban endeudados porque se habían comprado coches caros y, aparte de poner ladrillos, no sabían hacer nada. Han tenido que apretarse el cinturón. Como España, con deudas y gastos cuantiosos y, sin embargo, con las arcas vacías. Las municipales lo están, sobre todo, porque el negocio de la construcción se ha ido al garete.
Entonces, el país piensa que debe centrarse en una nueva fórmula de crecimiento. La innovación, dicen quienes ven en esta receta una solidez y estabilidad que no tenía el modelo del ladrillo a troche y a moche.
Lo malo es que muchos de nuestros jóvenes parados no pueden dedicarse a innovar ni a prácticamente nada si antes no se reciclan y vuelven a ponerse a estudiar seriamente. Pero ¿y las arcas municipales? ¿Cómo vamos a llenarlas, mientras la innovación no sea una realidad?
Al alcalde de Capmany (Alto Ampurdán) se le ocurrió la solución hace ya algunos meses: poner un burdel en el municipio. Dijo el alcalde: “un prostíbulo es más rentable que un hotel”. Y yo supongo que, para que a otras localidades les resultara provechoso, la cantidad de lupanares debería de ser proporcional al número de habitantes.
Ahora TVE se ha apuntado a la idea de que la solución económica en España pasa por potenciar “el oficio más viejo del mundo”, o sea, la prostitución. Así, el 11 de mayo la cadena pública española emitió un lamentable reportaje titulado “Burdeles, S.A.”, en el que presentaba la industria del sexo como una de las más prósperas del país, capaz de crear muchos puestos de trabajo y de generar mucha riqueza.
Me digo que, quizás, si esa idea de crecimiento económico a través de la implantación de burdeles prospera, dentro de un tiempo me contarán en los institutos que las chicas abandonan los estudios para meterse a putas. ¿Se escandalizan? No sé por qué; algunos alcaldes españoles y nuestra televisión pública lo ven bien.
También lo ven bien algunas de las personas entrevistadas en el programa. Niegan que su pueblo pueda ser reconocido como el de las putas porque: “del pueblo no hay ninguna”.
Y usted, ¿es de los que consideran que la prostitución es oportuna sólo si la ejercen las inmigrantes? ¿Reaccionaría favorablemente si su hija le dijera que abandona los estudios para meterse a puta porque quiere ganar dinero rápido?
Afortunadamente una serie de asociaciones de mujeres no comparten la visión del reportaje “Burdeles S.A.” ya que consideran que la prostitución es un atentado contra los derechos humanos. Por ello, han mandado una carta al presidente de la corporación de RTVE protestando por la emisión de ese programa. Estaría bien que más voces se sumaran a la protesta.
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