Oriol Pi de Cabanyes
La Generalitat ha editado un manual para “erradicar” - se ha dicho- el uso del lenguaje sexista y androcéntrico. Correcto. Para ir superando la discriminación de la mujer no sólo hay que evitar el estereotipo que tradicionalmente la relaciona con las tareas domésticas o que la entroniza como mujer objeto, sino que hay que divulgar fórmulas alternativas para que el leguaje prescinda de la carga machista que en demasiados casos presenta. Claro que la cosa no es tan sencilla como supone lo políticamente correcto. No basta con ir diciendo todos y todas cada dos por tres, como oímos en sus farragosos discursos a algunos - y algunas- políticos/as. Mucho menos se trata de invocar a todos los ciudadanos y todas las ciudadanas cuando bastaría con un simple apelar a la ciudadanía.
Pero pudiendo decir el profesorado en vez de los profesores y el electorado en vez de los electores, se ve que ya cumplimos. Si para decir los obreros se nos aconseja utilizar el personal o la plantilla (por no recurrir a más sofisticados eufemismos como sería la masa laboral o la fuerza productiva), ¿cómo decir en políticamente correcto los niños refiriéndose también a las niñas? ¿Las criaturas?
A propósito, ¿no tendríamos que erradicar de una vez eso de los nanos que en catalán coloquial procede del castellanismo enanos? O esa ridiculez de las madres y los padres para referirse a los progenitores como un conjunto al que antes de la proliferación de las AMPA nosotros llamábamos sencillamente los padres (y que a veces quería decir también los curas). El lenguaje - o la lengua, si ustedes prefieren- es una convención heredada. En este sistema convencional de signos, antes orales que gráficos, “el género es un accidente gramatical que sirve para indicar el sexo de las personas o de los animales y el que se atribuye a las cosas”, como dice el Diccionario ideológico de la lengua de Julio Casares. No se ignore que en esta convención prevalece el masculino plural para designar a un conjunto de personas pertenecientes a ambos sexos (como por poner un ejemplo, los abuelos, los hermanos... ).
Costará mucho cambiar las estructuras profundas de un lenguaje masculinizado desde los más remotos tiempos. Por mucho que poco a poco consigamos borrar las diferencias en la representación verbal de mujeres y hombres. O por mucho que feminicemos la s profesiones hablando de mossa d’esquadra o de jueza incluso allí donde a veces algunos/as puristas de la no discriminación preferirían utilizar siempre el masculino (mosso, juez, o poeta y no poetisa, también para referirse a una mujer).
Si el lenguaje hace distinción gramatical de género es porque la realidad lo demanda.
Distinguir, o diferenciar, no tiene por qué considerarse ya discriminar. “Si la lengua es un sistema - escribía Amado Alonso en el prólogo de la edición castellana del Cours de linguistique générale de Ferdinand de Saussure- , ¿quién sino el espíritu de los (y de las, podríamos añadir ahora nosotros) hablantes lo ha hecho sistemático y lo mantiene como tal?”
El lenguaje es una convención cultural, no algo heredado biológicamente. Puede, pues, cambiarse. Pero costará mucho: tanto en su formulación oral como escrita, en su linealidad, nuestras lenguas traducen, ya de raíz y en bloque, las estructuras mentales, ¡ay!, la lógica del macho dominante.
La Vanguardia, 14 de setembre de 2005
Le tocó a miembras, pero podría haberle tocado a cualquier otra. Como cada (...)
Editado por el Instituto de la Mujer del Ministerio de Asuntos Sociales se (...)
Pocas veces un error gramatical -con o sin intención- desató tales diatribas (...)
En este artículo, voy a reflexionar sobre tres puntos: en primer lugar (...)
Con esta publicación el Instituto Asturiano de la Mujer invita a las (...)
No es que sea especialmente recomendable la utilización de programas (...)
Cabría preguntar a los Sres. Académicos -señala Lamarca en su texto- con (...)