Las mujeres separadas y divorciadas han sido las que tradicionalmente han tenido unas tasas de actividad laboral más altas del conjunto de las mujeres en nuestro país. Es así desde los años ochenta, es decir, desde que el divorcio se aprueba en España. La tasa de actividad de las mujeres y los hombres divorciados está casi equiparada y por encima del 75% en ambos casos; es decir, muy alta; muy por encima de la media y, desde luego, muy por encima de las personas con otro estado civil.
Hago la aclaración porque cada vez que alguna cuestión sobre el divorcio se cuela en los medios de comunicación, da la sensación de que las mujeres que se separan en realidad aspiran a ser mantenidas por sus ex maridos de por vida, cuando la verdad es que prácticamente todas trabajan. Son las mujeres casadas y, en especial, las viudas quienes tienen las tasas más bajas. El matrimonio es un factor de riesgo para la actividad laboral femenina y, por el contrario, favorece la masculina.
¿Por qué hacemos esto las mujeres? ¿Por qué renunciamos a un empleo para dedicarnos al cuidado de la familia, con los riesgos que conlleva? Dejar de un empleo entorno a la treintena o no incorporarse al mercado laboral con el objetivo de dedicarse a ser madre, es una decisión que, en cualquier caso, empobrece.
Si una lo hace en el marco de una relación que resulta ser estable, existen muchas posibilidades de ser pobre en la vejez. En términos generales, vivimos más y las pensiones de viudedad no dan para mucho. Y si la relación no dura para siempre en los consabidos términos de hasta que la muerte nos separe, se afronta la tarea de regresar al empleo en condiciones casi imposibles y sin prácticamente opciones de desarrollo de carrera profesional, es decir, malos empleos y malos salarios.
Por lo tanto, no parece una buena idea, ya que sólo sale a cuenta si el matrimonio dura y una se muere antes o, al menos, no mucho después de su cónyuge. Sin embargo, está más que aceptada socialmente si hacemos caso alCIS, que en septiembre de 2010, nos hacía la siguiente pregunta:
En caso de que uno de los dos miembros de la pareja tenga que trabajar menos de forma remunerada para ocuparse de las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, ¿quién cree que debería ser?
Más del 45% respondió que debe ser la mujer de la pareja quien debe dar este paso. Sólo un 1,8% contesta que el hombre. Hemos mejorado algo, ya que unos años antes, en torno al 2002, en una encuesta similar, el 45% de los hombres pensaban que las mujeres debían abandonar completamente el trabajo cuando tuvieran hijos.
Esto pensamos hoy. No en otros tiempos, sino en el siglo XXI. ¿No será que esta opinión colectiva influye en el hecho de que haya en España casi un millón y medio de mujeres casadas, menores de 45 años, dedicadas en exclusiva a las labores del hogar?
Desconozco cuál es la opinión de este 45% sobre cómo resolver los problemas derivados del reparto de gastos y sobre quién debe hacerse cargo del cuidado de los hijos si se produce un divorcio, pero espero que tras la reciente sentencia del Tribunal Supremo, con la que estoy de acuerdo, entre otras cosas porque es lo que ya sucede en la inmensa mayoría de los casos de divorcio con hipoteca, en el próximo barómetro del CIS sobre relaciones familiares se incluya una opción de respuesta que diga: En el caso de que haya hipoteca, ninguno de los dos.
Al pasar la barca me dijo el barquero:
- Las niñas bonitas no pagan dinero.
- Yo no soy bonita ni lo quiero ser, y tengo dinero para pagarle a usted.
Tal y como está la cosa, lo demás son tonterías y riesgos financieros y familiares innecesarios.
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