Por Pilar Pérez Cantó y Esperanza Mó Romero
Los salones madrileños no alcanzaron la fama y la trascendencia de los franceses y sus anfitrionas no acuñaron un modo de actuar como el de las salonières parisinas o las blue-stockings inglesas que trascendieron sus fronteras, sin embargo, los testimonios de los viajeros de la época, como Towsend, hablan de reuniones muy abiertas donde el trato entre mujeres y hombres llegaba a ser familiar.
En estas reuniones, mezcla de cultura y divertimento, se conversaba acerca de temas muy variados, circulaban novedades literarias y, sobre todo, se sellaban alianzas, eran, en definitiva, espacios de aprendizaje social, escuelas de civilidad.
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