Isabella Massamba
Encuentro ensordecedor el silencio de las comunidades a las que pertenecían Hina y Kaur, tanto aquí en Módena donde ha tenido lugar uno de los episodios, como a nivel nacional.
Después de lo que le ha ocurrido a la joven Hina y el drama de Kaur, que no ha conseguido encontrar otro modo más que el suicidio para huir de la autoridad de su familia, encuentro ensordecedor el silencio de las comunidades a las que pertenecían las dos mujeres, tanto aquí en Módena, donde ha tenido lugar uno de los episodios, como a nivel nacional.
Dónde están los imanes, que tanta influencia tienen sobre las comunidades musulmanas; dónde las múltiples asociaciones de mujeres extranjeras, musulmanas o no, que no se han manifestado frente a episodios de tal gravedad. El padre de Hina la ha asesinado para que no “se volviese como las otras”. Me hubiera esperado, no el silencio, sino un signo de solidaridad respecto a mujeres que pertenecen a una cultura que les es común y que han sido asesinadas justo en el país en el que deberían haber sido “más libres”.
Esperaba y sigo esperando una palabra de los que son y serán siempre más identificados con los propios compatriotas que violan y matan, gracias a un cuidado trabajo de publicidad y de creación del escaparate mediático por parte de los periodistas, que se empeñan en subrayar la nacionalidad de los delincuentes: si son italianos los llaman genéricamente “personas”, si son extranjeros, extracomunitarios o con la religión del país del que provienen.
¿Por qué ninguno de los que pertenecen a las comunidades extranjeras relacionadas con estos dramas ha condenado con decisión ciertas prácticas arcaicas que están además ya fuera de la ley en sus propios países de origen? ¿Por qué las mujeres musulmanas no se ponen en contra de quien considera y trata el cuerpo de las mujeres como una propiedad carente de cualquier derecho?
Por lo demás, los hombres italianos no se han mareado mucho, alguno ha acusado a las feministas de estar en Babia y no hacer nada (es extraño: normalmente nadie las quiere oír hablar, y luego de improviso, se preguntan dónde se han metido, cuando el silencio se debe a menudo a que los mismos periodistas no las consideran); otros, sintiendo que los extracomunitarios han asesinado y violado a mujeres italianas, se han alzado: “¡a éstos hay que educarlos!”, cierto, ¿y nuestros compatriotas que matan y violan, van a la cárcel, salen y reinciden?
Que cada uno mate a sus propias mujeres. Cierto es que para una mujer asesinada o violada no cambia mucho la nacionalidad, la religión o la cultura que tenga el torturador. Y después estamos nosotras, las mujeres jóvenes, acostumbradas a estar seguras de nosotras mismas, a no temer a los hombres, a ponernos una minifalda como cualquier otra prenda, sin saber que alguno nos verá como mujeres lascivas en busca de sexo y se podría sentir autorizado a utilizarnos.
¿Deberíamos cambiar nuestras costumbres? ¿Seremos muchas las que llevaremos los cabellos escondidos bajo el velo y vestidos largos y pesados incluso con cuarenta grados a la sombra? No creo, el hábito no hace a la monja y tenemos el derecho a no cambiar nuestras costumbres.
Un octogenario viendo a una chica con una falda muy corta dijo en dialecto modenés a su amigo: “mira a ésa, ¡y luego se quejan si las violan!!..” El mismo concepto me lo transmitió hace un año una mujer italiana convertida al Islam, que criticaba con insistencia el modo de vestir de sus compatriotas. En medio, entre la una y el otro, hay muchas mujeres que piensan estar seguras, estudiar, trabajar, enamorarse, estar guapas, muchas otras que son madres, ricas o pobres, viven su vida. ¿Cuál de ellas merece ser la próxima víctima?
Este silencio ¿no es quizás un arma formidable para que las mujeres, en particular las extranjeras, estén en su lugar y tengan miedo? ¿Habéis visto lo que ocurre si no respetáis las reglas? Hina podría ser sólo la primera si os rebeláis.
Como administradora y como mujer que lucha desde hace tiempo para que los derechos adquiridos por nuestras madres y nuestras abuelas al precio de tantas batallas no se esfumen en este mundo todavía machista, pido escuchar la voz de quien tiene el poder de cambiar las cosas, en particular de los representantes de las comunidades musulmanas. Y la condena de ciertas tradiciones, y de un cierto modo de concebir la feminidad que es incompatible con la vida en Italia.
Coincido con Caterina Liotti cuando afirma que, es una prioridad conseguir captar a los hombres de otras culturas, si se quiere no sólo curar las heridas, sino prevenirlas.
En este recorrido es indispensable la experiencia de las asociaciones de mujeres, que tienen clara la situación de las mujeres víctimas de abusos. Tengo la intención de proponer un orden del día al pleno del Ayuntamiento, sobre el eje de lo propuesto en Carpi y Provincia, que proponga a los representantes de las comunidades extranjeras un camino que recorrer juntos para cambiar las cosas, y espero que los dos representantes de la consulta tomen estas indicaciones como una prioridad.
Pido a los hombres, italianos y extranjeros, que no sean cómplices de los delitos cometidos por otros hombres, que condenen públicamente a quien los comete, que aíslen a los culpables sin justificarlos. El que no lo hace se convierte en cómplice, no sólo de los delitos, sino de la inevitable xenofobia y del racismo que se está derivando de su repetición.
Sólo de vosotros, hombres, puede venir un cambio, trabajando con las mujeres hacia una relación respetuosa de las diferencias de género.
* Consejera municipal Ds y Secretaria Udi de Módena
Traducción: Carolina Pecharromán/Mujeres en Red
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