Por Andrés Montero Gómez
La disidencia, la resistencia, la rebelión frente al patriarcado. Ése es nuestro mejor compromiso como hombres frente a la violencia de género. Sin patriarcado, la violencia de género no existiría. La violencia de género es un comportamiento que instrumentamos los hombres para crear o mantener nuestra superioridad y dominio sobre las mujeres.
Cada vez que somos hombres, estamos discriminando a las mujeres por el hecho biológico de serlo, de ser ellas mujeres y nosotros hombres. La discriminación es la forma más cotidiana y estructural de nuestra violencia. Si, conmigo, todos los hombres nos convertimos en disidentes de nuestras hombrías, la primera causa de desigualdad global habrá desaparecido.
No necesitamos ser ese hombre. Respecto de las mujeres he sido educado como un hombre. Ahora es momento de crecer como ser humano y convertirnos a la ciudadanía. En el universo ciudadano no hay espacio para la desigualdad atribuible al género, sino respeto y cuidado por los pequeños hechos diferenciales de cada ser humano comprometido en la construcción de la colectividad democrática. Ya lo hemos hecho antes.
Los seres humanos ya nos hemos sacudido absolutismos milenarios. Disidentes de toda condición acabaron con la discriminación por razón de nacimiento, con la desigualdad atribuible a la cuna o a la familia de origen. Rebeldes, revolucionarios y revolucionarias, desterraron la discriminación religiosa. Otros muchos y muchas lucharon y continúan luchando para que las democracias sean ciegas al color de la piel.
El feminismo consiguió que los seres humanos dejaran de ser productos de un pretendido y prehistórico derecho natural para convertirse en actores políticos y civiles en pie de igualdad. Nos queda la última frontera, la última dictadura. Lo conseguiremos de la misma manera que lo lograron quienes nos precedieron. Quiero ser un apátrida del patriarcado para solicitar asilo en la ciudadanía. Cuando todos los hombres sean disidentes de sus hombrías, habrá acabado la violencia de género.
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